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miércoles, 11 de agosto de 2010
Casa Araluce (detalles)
En Goya 110.
Obra de 1934 firmada por Fernando Arzadún e Ibarrarán, el mismo arquitecto que diseñó el edificio exento en Alcalá 118.
Arzadún se suma pues a otros nombres vascos de la arquitectura y el urbanismo madrileños de la época como Luis Díaz de Tolosana, Pedro Muguruza, Teodoro Anasagasti o Secundino Zuazo Ugalde.
La iniciativa y el capital vascos ya habían hecho posible la obra del metro, pero fue el talento de allí el que ayudó en gran medida a consolidar Madrid como capital cosmopolita y moderna en los años 20 y 30 del siglo XX.
Los arquitectos de origen vasco contribuyeron a dotar de una imagen nueva al Madrid que pegó el estirón del medio millón (en 1900) al millón redondo de habitantes, cifra que se alcanzaría en 1934.
Y habría que hacer notar que algunos de ellos fueron de los más adeptos al decorativismo decó.
La casa Araluce forma parte de los aires de vanguardia que se introdujeron en la II República y que no regresarían a la capital hasta los años 50, cuando Le Corbusier regresó del exilio gracias a la embajada norteamericana y, curiosamente, al voluble Gutiérrez Soto, consciente de que esa arquitectura imperial que él había promovido estaba ya agotada (por no decir que nació muerta).
Proyectada en 1933 y concluida al año siguiente, esta residencia-estudio constituía un muy singular ejemplo de vivienda unifamiliar entre medianerías del ensanche.
Una joya de dimensiones reducidas que, por no contar con el suficiente grado de protección (solo ambiental, es decir, la fachada), ha visto su aspecto dramáticamente alterado con el añadido de un edificio de viviendas encima de 5 o 6 plantas, en cuyos bajos se ha integrado -o más bien aplastado-.
Cuesta explicarse en estos casos por qué el Ayuntamiento o la Comunidad no intervienen para adquirir el edificio y, respetando la escala con la que inicialmente fue concebido, transformarlo en guardería, ambulatorio, centro cultural o asistencial para mayores.
Uno preferiría muchas veces este tipo de acciones localizadas y más sensatas a muchas de las grandes obras faraónicas.
La imagen inferior es de un cuadro del pintor Damián Flores Llanos, conocido por su obra centrada en la arquitectura racionalista madrileña, tanto la perdida como la todavía superviviente.
La superior es una foto mía que recrea el ángulo del artista.
La fachada, aun desvirtuada, sigue siendo de una gran belleza por la armonía compositiva y la sabia combinación de huecos, materiales y elementos diversos: ladrillo visto y revoco, ventanas apaisadas a lo Corbusier y escotillas navales, barandillas bauhasianas junto al toque clasicista que supone la cariátide exenta, carpintería metálica y de madera (en las que se repite el mismo motivo geométrico en espiga)...
El equilibrio entre todo ello es magistral y delicado, como corresponde a su pequeña escala.
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