Desde el ocaso definitivo de la civilización egipcia, la humanidad no ha dejado de estar fascinada con ella e impresionada con sus restos. No obstante, durante mucho tiempo los arqueólogos tuvieron clavada una espinita, incapaces de encontrar una tumba importante que no hubiera sido ya saqueada.
Con lo que, hasta principios del siglo XX, flotaba sobre la historia del antiguo Egipto una nebulosa de misterio: se sabía poco de ella y menos aún de sus principales protagonistas, los faraones.
Su descubrimiento por parte del arqueólogo y egiptólogo británico Howard Carter permitió al fin contemplar los tesoros intactos de una tumba real.
Una maldición parecía haberse roto, pero a cambio el mundo se enteraba de otra, milenaria y terrible: la que parecía haber caído sobre los que osaron perturbar el reposo eterno del faraón.
LA MALDICIÓN DEL FARAÓN
El bulo se desató cuando, al poco de haber explorado la cripta, varios de los que participaron en su hallazgo murieron en extrañas circunstancias.
La víctima más notoria fue el aristócrata británico Lord Carnarvon, que había financiado la expedición.
Falleció en El Cairo unos meses después, mientras la ciudad se quedaba de repente a oscuras y su perro en Inglaterra, a miles de kilómetros de distancia, aullaba lastimeramente y caía también fulminado.
Todos estos sucesos, o serie desgraciada de casualidades, alimentaron la leyenda de la maldición de la tumba.
Algo con lo que todavía se especula pero que no debe desviarnos del contenido de la tumba descubierta, un tesoro en toda la extensión de la palabra que cambiaría para siempre jamás nuestra percepción de lo que había sido la civilización egipcia.
‘VEO COSAS… COSAS MARAVILLOSAS’
Estas fueron las primeras palabras que pronunció Howard Carter al asomarse a la tumba alumbrándose con una vela.
No exageraba: dentro aguardaba, virtualmente intacto, un ajuar funerario impresionante: hasta 5.000 objetos fueron recopilados en las cuatro cámaras; su inventario no concluiría hasta febrero de 1932.
La riqueza arqueológica encontrada permitió conocer muchos aspectos de la vida del Antiguo Egipto, desde los avances científicos y tecnológicos a los aspectos artísticos, plasmados en vasijas, joyas, cofres, muebles, juegos, armas y variados utensilios.
De los numerosos objetos, la máscara funeraria del Rey Niño se convirtió en la imagen más popular. La cantidad inusitada de objetos supuso, de hecho, una auténtica revolución: se puede decir que el hallazgo de la tumba de Tutankamón descorrió el velo de Isis que hasta entonces había cubierto la arcana civilización egipcia.
Y esto fue algo que no solo celebró la comunidad científica: en todo el mundo se desató la fiebre por lo egipcio.
Un fenómeno que no era nada nuevo: la influencia decorativa de esta antigua civilización en la arquitectura y otras artes se remonta a la campaña militar de Napoleón en Egipto en 1798-99.
Solo que en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX alcanzó su pico con el hallazgo prodigioso de la tumba del Rey Niño.
Estuviera su cripta protegida o no por sortilegios de brujería ancestral, el hecho de que saliera a la luz con todas sus maravillas no hizo sino multiplicar en Occidente el embrujo por lo egipcio. Esto se tradujo artísticamente en un auténtico revival que alcanzó a todas las artes y a los objetos más triviales, desde los sujetalibros con forma de esfinge a las figurillas votivas de gatos que aparecían como decoración en las películas de los años 30.
Jarrones como vasos canopos, palmeras, hojas de loto y papiro, líneas onduladas en representación del agua, mujeres como Cleopatra, retratos y esculturas de perfil, columnas con capitel campaniforme y fuste acanalado… Los guiños al arte egipcio pasaron a ser así uno de los rasgos distintivos del Art Decó.
Madrid tampoco se libró de la Egiptomanía.
El mismo Howard Carter visitó en dos ocasiones (1924 y 1928) la Residencia de Estudiantes para dar unas conferencias de éxito tan clamoroso que hubo de repetirlas días después en dos teatros de mayor aforo, el Fontalba y el Princesa.
Fue el resultado de la onda expansiva de la KV62, el nombre con el que los arqueólogos catalogaron la que, desde su revelación, se convertiría en la tumba más famosa de la historia.
2 comentarios:
Hola David, enhorabuena por el artículo, apasionante, como todo lo relacionado con el mundo egipcio. Saludos
Muchas gracias, Antonio! Saludos a ti también!
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